Lo que vamos perdiendo a lo largo del
camino, lo ganamos de otra forma. Nadie queremos ir diciendo adiós a lo que
amamos, a aquello a lo que nos hemos acostumbrado, a lo agradable y confortante,
a quien nos ha demostrado que le importamos y ni siquiera, a veces, a aquellas
situaciones que no estando a nuestro favor también son parte de nuestra vida.
Sin embargo, desde que pisamos en ella vamos despidiéndonos hasta del propio
tiempo.
No estamos preparados para las
despedidas y es lo que más hacemos a cada instante. No nos acostumbramos a
perder porque centramos nuestra atención en lo que se va y no en lo que llega.
De cualquier forma, a mí, que me gusta aprender, quiero siempre rescatar algo
positivo en lo que dejo atrás, lo sea o no.
Posiblemente pensar que aquello que nos
toca pasar está dispuesto para nosotros por nosotros mismos, no deja de ser una
autodefensa de lo más eficaz. Nuestro cerebro siempre está a favor de la
supervivencia y el corazón siempre en contra del desamor. Con ambas circunstancias
uno procura dejar, como depósito, en la memoria lo que impulsa a vivir.
Todo sirve. En una ocasión escuché
decir que todo el mundo era válido, hasta como mal ejemplo; al menos para poder
evitarlo.
Todo
sucede por algo…y para algo. Lo que dejamos atrás, lo que creemos perdido, no
lo está. Estoy segura que aquello que queremos olvidar, lo que nos ha hecho
daño, lo que nos hizo sufrir… mirado a través del tiempo, nos dejó su
enseñanza, nos bendijo con la sabiduría inmensa que deja tras de sí el dolor y
nos preparó para enfrentar lo siguiente.
No quisiéramos despegarnos nunca de lo
que amamos, ni acercarnos jamás a lo que va a ser un calvario. No nos gustaría
ir pasando por la vida sin dejar huella, sin
ser pensamiento de otros, ni memoria de muchos. Preferiríamos aprender
sin sufrir y estar dispuestos siempre para lo que venga sin haber tenido que
usar el escudo de la experiencia dolorosa. Pero la vida no funciona así. Ella
tiene sus propias reglas. Su manera de instalarnos en el mundo y su propia
dinámica para meternos o sacarnos de la vida de los demás.
Vamos despidiéndonos de todo, poco a
poco y hay que aprender a hacerlo. Posiblemente sea el aprendizaje más duro
pero tal vez el más generoso porque con ello estaremos dando alas a quienes se
van de nuestro lado y aceptando lo que queda junto a nosotros.
Las redes sociales son un buen ejemplo para ver esto que nos explicas; esa tendendcia acumuladora de "amistades, amigos" que proporciona en la "distancia virtual" una sensación de agarre o pertenencia a tantos perfiles como sea necesario para no sentirnos solos; o la contraria, la que tiene tres o diez amigos no más, que se conforma con pensar que es lo único entrañable pero que sufre pensando en su partida. Dejé las redes, y desaparecieron los amigos..., dejé a los amigos y apareció mi soledad, ahora deseo que mi soledad nunca me abandone y que mi red personal esté repleta de soledades como soles queridos..., solamente de este modo sentiré que caminamos todos juntos; los que quedan en otro plano del tiempo que vivimos esos seguirán el suyo. Por otro lado, los amores verdaderos esos no tienen barrotes temporales ni espaciales por tanto no pueden justifican mis miedos a las despedidas.
ResponderEliminarUn beso linda amiga.
Xara como siempre aprendiendo de tu sabia experiencia y de esa entrañable forma tuya de crecer por dentro.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho lo que nos dices de la compañía con tu soledad...de la tela de araña que teje internet sobre nuestra necesidad de estar acompañados y sentirnos queridos.
Saber estar solo...!! todo un aprendizaje que aún me queda por experimentar!!.
Gracias por estar ahí...siempre!*