La
rabia, el rencor, la decepción, la traición y un sinfín de sentimientos negativos
que acompañan al final de un amor que no era AMOR, nos hace preguntarnos por
qué esas grandes palabras que se emplearon tanto ahora no sólo están vacías,
sino que queman la piel como fuego para marcarla.
Es
imposible que si se ha amado, se odie. Por eso, cuando lo que queda raya a la
grosería, la intransigencia, la amenaza y el destrozo, uno piensa que nunca
hubo amor. Que era otra cosa, de cuyo nombre, como Don Quijote, no quiero
acordarme.
De
todas las formas, la mente de cada uno juega por libre. Lo que nos lleva hacia
alguien puede no ser lo mismo; lo que se dice que se siente, tampoco. Es un
engaño del corazón pensar que cuando alguien pronuncia una palabra amable lo
está haciendo como el otro lo recibe. Qué decir de las millones que se dicen
cuando uno está enamorado.
Al
final, cada uno es como es. Cada uno se comporta con la delicadeza que le es
propia, cada uno actúa con el grado de fiereza que le constituye por lo que en
definitiva, nadie gana.
Mi
amiga llora cada noche. Siente una amargura infinita…y yo le digo:…” No es por
él por quien sufres, sino por todo lo que te entregaste a ese amor y que ahora
parece perdido. Pero nunca lo es; o aprendiste tú o aprendió él o lo hicisteis
ambos.”
Hay
que aprender a soltar, lo que pasa es que a veces es el miedo al golpe lo que
nos lleva a hacerlo muy despacito, tanto que parece que nunca nos desprendemos
de ello.
¿Qué
golpe puede ser mayor que los que uno se lleva cuando algo no va bien?.
Lara
me escucha con sus grandes ojos negros, pero sobre su mejilla resbala una
lágrima que indica que sigue sintiendo dolor. Su dolor; el que solamente ella
puede procesar.
No
hay más que tiempo. Ese que todo lo pone en su sitio.
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