En
realidad, lo que más de cerca nos afecta, lo que de verdad merece nuestro amor
y nuestra entrega es el apoyo de quienes nos ayudan a vivir. La mayoría de las
veces es la familia la que tiene la obligación y la devoción por ello, pero no
siempre ni sólo.
Las instituciones educativas deberían
enseñar a vivir también. Posiblemente lo intentan pero se pone en práctica
desde la propia humanidad de los profesores, no así desde los currículos
educativos. El sistema enseña a competir pero en realidad, la vida es algo más
que eso, se trata de empatizar, de poseer sabiduría emocional y sobre todo de
mover la bondad del corazón sin por ello escatimar las herramientas de defensa
que todos debemos activar para no sucumbir en el intento de ser felices.
Los amigos hacen su función en esta
ayuda vital. También las mascotas. Nuestros animalitos de compañía son
auténticos maestros de vida, de amor incondicional y de entrega continua.
Por eso, el amor tiene mucho que ver
con este solidario apoyo. El corazón
agradece, hasta límites insospechados, cada gesto de colaboración, cada punto
de inflexión a su favor, cada vez que necesita y encuentra, cada momento en el
que llama y le responden.
Posiblemente es la mayor muestra de
solidaridad que podemos establecer con los de nuestra especie. Enseñar lo que
vamos aprendiendo de la vida es una obligación, aunque parezca que a los demás
no les sirve, aunque cada uno tenga que vivir su propia historia, aunque
siempre sea lo que experimentamos y no lo que nos aconsejan, es necesario. Sin
embargo y por encima de lo que todos decimos, nos encanta encontrar apoyos en
palabras, abrazos, caricias, besos o miradas que de alguna forma nos hagan
sentir que no estamos solos.
Nunca lo estamos. Basta mirar a nuestro
alrededor y sentir el afecto que nos rodea y advertir que tiene una dirección
única: nosotros.
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