domingo, 9 de junio de 2024

DOMINGOS LITERARIOS

 ANTERIORMENTE

 

“…Acababa de perder a mi padre, pero no a los secretos que encerraba su extraña vida porque su amigo era tan culpable como él y ahora podría desentrañar la misteriosa historia por la cual todos nos encontrábamos allí…”

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La muchacha pelirroja, que mantenía la llamada en el teléfono, logró que Ernesto se moviese muy despacio hasta un viejo sillón que le esperaba en el vestíbulo.

 

-¡Lo diré todo!...

 

-Tienes que llamar a una ambulancia o nuestro hermano morirá. ¡Y papá!…tienen que venir a por él.- le dije nerviosa a mi hermana.

 

 La esperpéntica escena no dejaba lugar a las explicaciones rápidas que esperábamos de Ernesto. Era urgente que alguien interviniese para poder despejar la tragedia que allí se estaba viviendo.

 

Mis encontrados sentimientos me colocaban en un estado de alteración indescriptible. No sentía pena por mi padre, al que ya creía muerto desde hace mucho tiempo. Mi hermano tampoco suscitaba en mí, los afectos que nunca tuvimos. En realidad, me sentía mal por no sentir el dolor que  ya se había llevado el internado en el que estuve tanto tiempo. No sentía nada. Ni siquiera ese ápice de compasión por lo humano de los seres allí postrados. Solo quería acabar con esa horrenda tarde que avanzaba sobre una noche que se presentaba aún muy larga…

 

Mi hermana se apresuró a llamar a los servicios de emergencia, tratando de describir, someramente, lo que allí  había pasado. Antes de que llegasen, logramos colocar la habitación para que todo pareciese normal. Escondimos el estilete y el horrendo maletín del amigo de mi padre. Nada hacía pensar que allí había estado a punto de suceder un crimen.

 

Ernesto estaba en un estado  de enajenación mental que iba en aumento. Gritaba nombres en otros idiomas, frases incoherentes, deshilachadas de principio a fin y desprovistas de lógica.

 

Nos miramos angustiadas mientras las sirenas de las ambulancias rodeaban la casa.  

 

-¡Noreta!, ¿qué podemos hacer?. Van a descubrir la locura de Ernesto y se lo llevarán también; entonces perderemos la oportunidad de conocer la verdad de nuestra vida.

 

-Podemos mirar en el maletín antes de que lleguen. Tal vez haya algún anestésico que podamos aplicarle.- Rápidamente, rebuscamos sin éxito.

 

-No hay nada.- Dije desesperada.  Ella no se inmutó. Siguió revolviendo en otros departamentos que había ocultos en él.

 

-¡Aquí está!.-Sostenía en una mano, un frasco pequeño con una solución de color amarillenta; en la otra, una jeringuilla que presagiaba lo que debíamos de hacer con rapidez.

 

-¡No sé hacerlo!, grité asustada.

-No hay tiempo…lo haré yo misma…

 

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