Los
sentidos son un excelente canal de información. Hay que agudizarlos y después creerse
aquello de lo cual nos informan.
A
veces no queremos ver, aunque vemos; o no queremos oír, aunque escuchamos o los
sabores que apreciamos nos parecen más dulces; aunque sepan amargos o lo que
tocamos nos parece suave; aunque sea áspero y así iríamos enumerando uno por
uno.
Funciona
el autoengaño y mucho. Nos saboteamos a nosotros mismos y ejercemos el mayor
poder de seducción para equivocar al cerebro sin saber que él siempre funciona
a nuestro favor.
Hay
que agudizarlos para poder completar el puzle. El lenguaje no verbal, que
vemos; la intuición, que apreciamos sin que ningún ruido se interponga, lo que
sentimos dentro y sabemos que es cierto…eso no falla.
Hay
que estar alerta, de los demás y de nosotros mismos. Hay que prestar atención y
no desviar la mirada, saber lo qué ocurre y aceptar la realidad. Después queda
podrá pararnos. Porque no hay nada mejor que estar convencido de algo. Lo peor
es la duda.
Manejarnos en la indefinición, en la cuerda floja, en el sí pero
no.
Una
vez que uno escoge un camino, ese es el tuyo. Sin mirar hacia atrás, sin
plantearnos la pena por lo que no fue, por lo que ya no va a ser nunca más o
por cómo debería haber sido.
Las cosas son como son.
Engañarnos
nos vale de poco y tiene siempre el mismo final.
En
realidad, damos a todo más importancia de la que tiene.
Hay muy pocas cosas que
la tengan, lo demás lo elevamos nosotros a categoría de primera clase cuando en
realidad solo tienen el valor que queramos concederles.
Así
de simple.
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