Durante mucho
tiempo, me pregunté a mi misma si era mejor no estar a la defensiva, no
desconfiar de todo y de todos, o no suponer siempre que el de enfrente trata de
engañarte.
La vida me puso en
situaciones en las que aprendí muchas formas de investigar, de recelar, de
estar alerta, de temer ser engañada, de serlo por mucho tiempo. Despues de todo, de nuevo, me instalo en una cierta confianza aún a riesgo de parecer
tonta.
He ganado prudencia,
pero realmente no quiero pensar que todo el mundo es un fraude o una estafa.
Sigo creyendo que hay gente buena por sí
misma y que no siempre se juega sucio.
Os dejo un conocido
cuento en el que se pone de manifiesto que suponer no siempre funciona y que la
desconfianza no siempre te lleva a ser el más listo y astuto.
Feliz comienzo de
este mes tan especial que inicia otra etapa en el año, muy diferente a la
pasada.
“…A una estación de
trenes llega una tarde, una señora muy
elegante. En la
ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente
una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la
señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y
compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para la
forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea
la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario.
Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin
decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y
después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está
indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que
nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una
galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el
joven sonríe... y toma otra galletita. La señora gime un poco, toma una nueva
galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra
vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas
y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada,
el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora
se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. “No podrá ser
tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente
al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho
alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente
por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
- Gracias! - dice la
mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada - contesta
el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se
levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al
muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: "
Insolente".
Siente la boca reseca
de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al
encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ! Intacto!.