Aún siendo escrupulosos en nuestra conducta, aún intentando obrar rectamente, aún evitando las mentiras, estafas, deslealtades o astucias y todas esas artimañas que tratan de beneficiarnos en contra de otros: nos equivocamos. Cometemos errores involuntarios o de carácter.
Absolutamente gráfico es un bellísimo pasaje del “Candelero”, dónde Giordano Bruno indicaba que todo dependía del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significaba, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error. Y es que los errores siguen un patrón semejante a las mentiras. Con la primera se da paso a un sinfín de ellas más para justificar su imposible veracidad.
Abrochar bien el primer botón equivale a hacer bien las cosas desde el primer momento. Esto, llevado a una visión cronológica de la vida, nos permite hablar de la importancia de la niñez. De esos primeros pasos emocionales, del ejemplo de las figuras de apego del niño, de la presencia poderosa de todo ello o de su ausencia.
Todo lo que comienza: la vida, los estudios, el trabajo, un proyecto, una relación, un amor…tiene que empezarse abrochando bien el primer botón. No equivocarnos de ojal es definitivamente determinante para lo que viene después.
Cierto es que podemos comenzar bien, encajarlo perfectamente en la primera abertura y seguir abrochando de forma adecuada. También es cierto que en uno de los saltos de botón a botón nos equivoquemos en el trayecto, pero será más fácil rectificar, más corto el recorrido a cambiar, más rápido el giro que nos devolverá al camino correcto.
Importa mucho comenzar bien. No asegura siempre logros felices pero si nos garantiza nuestra tranquilidad. No importa lo que hagan los otros. La paz mental está asegurada cuando uno es coherente consigo mismo, cuando no traiciona ni boicotea los valores que lo definen como persona y sobre todo, cuando pase lo que pase, tú sientes que no has fallado.
Pon cuidado cuando abroches el primer botón. No lo olvides.
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