Es
muy curiosa la apreciación del tiempo dentro de nosotros.
Hay
un tiempo que se esfuma sin darnos cuenta, horas que son segundos y días que ni
siquiera notamos que pasan. Otros, sin embargo se dilatan, se estiran, se hacen
interminables. Pareciese que las manecillas del reloj tuviesen una traba, algo
que les impidiese andar, un pesado motivo para dejar de moverse.
Y
es que el tiempo no existe. Hemos dividido en trocitos la vida para creer que
la podemos controlar. Y hemos inventado el pasado y el futuro que nos atrapan
mientras vivimos un presente continuo siempre.
La
vida es lineal y sucede siempre hacia delante. Los acontecimientos marcan el
ritmo de lo que llamamos tiempo. Más rápido si lo apreciamos como feliz, muy
lento si lo vivimos como desgraciado.
Mi
padre, que tiene 93 años y una mente muy clara, siempre mantuvo que el tiempo
no existe. Que estamos en el mismo lugar y en el mismo instante que las hordas
de medievales o los grupos prehistóricos que poblaron cada territorio.
Se
nos hace difícil aceptar esto porque de alguna forma con la sucesión del
tiempo, su paso y esa división artificial de lo que pasó y lo que vendrá
tenemos la sensación del progreso, de avance, de que somos el final mejorado de
nuestra especie; lo mejor a lo que ha llegado. Que tampoco es real.
Posiblemente,
el tiempo tenga capas superpuestas, dimensiones diferentes que no apreciamos y
en ellas sucede la vida de cada uno, que por otra parte nunca es aislada.
Estamos enlazamos por eslabones invisibles que transmiten por la misma
corriente lo que sucede a los demás. Piezas de un puzle que encajamos en los
bordes recortados de otros sin los cuales no ocuparíamos nuestro lugar ni ellos el suyo.
La
sensación de la dimensión temporal es algo aprendido a pesar de que el cambio
en lo que vemos y en nosotros mismos nos hablen del ayer y del mañana. Son
sucesos concatenados cuya valoración nace y muere en nosotros y con nosotros.
De
ahí la importancia de vivir con intensidad pero con sosiego, lo que llamamos
presente porque en realidad es lo único y lo más mágico que podemos
experimentar. Lo que somos.
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