jueves, 14 de septiembre de 2017

NOS COMPLICAMOS LA VIDA



Crecer significa complicarse. Lo creo sin duda. La vida de niño es muy sencilla y no porque en ella se nos  resuelvan las necesidades básicas; nosotros, en general, también las tenemos cubiertas ahora, sino porque en la infancia los ojos que miran la existencia son simples y no elucubran nada más allá de lo que ven.




Sin embargo, es cierto que los niños están llenos de fantasía, pero no de paranoias. En todo ven posibilidades y no dificultades. Se divierten con nada y de cualquier cosa pueden hacer otra muy distinta que les llene el solo momento que consideran, que es el presente.

Ir creciendo es ir abrazando temores, miedos e inseguridades. Los niños no temen a no ser que ya hayan sufrido el mal sobre sí mismos. No “imaginan” el dolor e incluso si lo sufren, vuelven a confiar en sus posibilidades y a remotar sus debilidades.

Solamente si alguien, alguna persona de valor o con autoridad para ellos, ridiculiza sus actuaciones, es cuando se les inyecta el virus de la duda y por tanto construyen su personalidad a imagen y semejanza de lo que se les reprime.

Cuando vamos creciendo, ese presente continuo que se vive en la infancia se convierte en futuro temeroso o en pasado denso. Es como si nuestra biografía pesase sobre nuestras espaldas.

Los niños se reinventan continuamente. Se caen y se levantan. Terminan y vuelven a empezar. Destruyen y construyen sobre lo derruido. Esa es la actitud. 

Podíamos fijarnos en ellos, en el comienzo de la vida cuando aún no hemos aprendido a sentirnos mal. Podíamos repasar su forma de comenzar el día, su dinamismo, su alegría y sus tristezas también; siempre cortas y pasajeras.

Crecer debería significar aprender más, saber hacerlo mejor, conseguir seguridad, estimarnos en nuestras virtudes y practicar la felicidad. Pero para eso habría que desaprender todo lo que vamos acumulando y que toxifica nuestra estima en vez de aumentarla.

Hay que volver a ser niños. A emocionarnos con lo sencillo, A pretender lo simple. A conformarnos con el instante y a saber levantarnos como si la herida de la rodilla que acabáramos de hacernos, no doliese más allá del orgullo de ser y parecer fuertes.

Me siento niña muchas veces y me encanta ser así. Lo único que me gustaría es practicar la niñez más tiempo al día. 

Sin duda sería mucho más feliz.



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