lunes, 12 de diciembre de 2016

¿TIENES LA TRISTEZA DE COMPAÑÍA?



La tristeza se apodera del que se siente sólo, del que añora, del que ansía o del que invoca.
 
Por tristeza hacemos muchas cosas o nos quedamos inmóviles. En definitiva, no respondemos nada más que con los instintos básicos que se manifiestan ante el  placer o el dolor. 

Huimos o nos quedamos inmóviles. Gozando o sufriendo.

La tristeza nos lleva de cabeza fuera de la realidad. Todo lo vemos distorsionado y nada parece consolarnos.

Sin embargo, como un ligero tul, un día la tristeza se disipa. 

Cae la niebla y el sol comienza a penetrar. Vamos viendo de nuevo la luz, aunque sea a puñaditos diminutos. Ráfagas dulces y cálidas que comienzan a sentarnos bien. Entonces creemos de nuevo en que la vida merece la pena y comenzamos a descubrir lo tenemos en vez de focalizarnos en lo que nos falta.

La tristeza ha estado muy valorada en otras épocas. Era la mejor herramienta para los pecadores arrepentidos o el mejor medicamento para los amantes románticos. Era el crisol que reconducía los malos hábitos y la necesaria respuesta ante los desvaríos.

La tristeza ahora está relacionada con la soledad, la pérdida de autoestima y los fracasos.

La resilencia debería ser una asignatura del colegio desde la infancia. Resistir la adversidad y estirarnos con ella para sobrepasarla.

Si la sientes alguna vez es que algo dentro de ti está reclamando atención. Que te fijes en ello, que le dediques tiempo y que al final, te vayas contigo mismo, de la mano, a tomar un café.

¡Sólo!, por favor.

¡A mí me gusta largo!.

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