La
vida pasa así, entre sol y sombra. Es decir, va caminando por senderos en los
que el sol irrumpe con fuerza, mientras se dirige por recovecos que descansan a la sombra.
Luces
y sombras, gozos y llantos, alegrías y tristezas van íntimamente unidas como la
otra cara de una misma moneda.
Cuando nos quedamos a gusto bajo el
calor del sol no nos acordamos del frío de la sombra, pero las tinieblas llegan.
Leía hace un rato un artículo sobre el
concepto de inteligencia. Ha cambiado mucho. De ligar ésta a los procesos
memorísticos y lógicos, a considerarla como una capacidad de encontrar salidas
serenas ante la adversidad.
Y es que ser inteligente no es lo
mismo que ser listo, avispado o audaz. Ser inteligente es controlar las
emociones y encauzarlas debidamente cuando importa que así se haga.
He
visto personas lúcidas prácticas, capaces de encontrar la solución correcta en
cualquier parte o de cualquier modo. Hábiles para sobrevivir y salir adelante
en cualquier situación.
He
visto, también, personas muy válidas
para teorizar; pegadas a una silla comiéndose los libros y siendo capaces de
repetir todo y más de lo que allí pone. He visto que ambas cosas no tienen nada
que ver.
Que
no hay carreras que nos enseñen a vivir. Ni lecciones que nos ayuden a sufrir
menos, a gozar más o a sentir mejor.
Y
sobre todo, me he dado cuenta que se aprende más un día en la calle que una
semana en la habitación delante de un libro de texto.
Que
a vivir se aprende viviendo. Que no vale el ejemplo de otro y que si no lo
vivimos en nuestras carnes, todo lo demás nos da igual.
Ahora,
que el sol y la sombra se pelean por estar cerca, podemos escoger donde quedarnos
un rato o dónde permanecer toda la vida.
¡Feliz
sábado!
No hay comentarios:
Publicar un comentario