No
siempre la vida tiene el mismo sentido. Tampoco uno se encuentra de la misma forma o aprecia el
mismo entusiasmo.
Nos
percibimos activos internamente, capaces de enfrentar retos, salvar distancias,
resolver problemas y poder con todo. Muchas veces, a este sentimiento de
fortaleza le sigue otro de debilidad por contraste. En la cima del poderío de
la intención asoma tímidamente o con fuerza inmensa, la sensación de necesitar
que alguien nos apoye a nosotros, que sean otros ojos los que lloren y otras
manos las que nos sostengan.
Nos
hacemos los fuertes. Y lo somos. Inmensamente fuertes, mucho más de lo que
creemos de nosotros mismos…pero por debajo de esa capa de titanio afloran
necesidades que pocas veces solemos reclamar y que la vida, a veces se niega en
satisfacer.
Hay
que encontrar razones para seguir. Nosotros somos una de las más importantes
porque cuando se alejen y marchen aquellos que nos tienen en vilo, los que absorben
y gastan nuestra energía…aún quedaremos en pie y entonces tendremos que
reconocernos a nosotros mismos y decirnos que la vida no se va detrás de lo que
nos necesitaban hasta entonces.
Tenemos
que importarnos y en ello va también el mimarnos. Si nadie lo hace, lo haremos
nosotros. Porque hay un niño en cada uno que se siente solo muchas veces y a
quien acallamos la voz. Y sobre todo porque este niño busca desesperadamente la
atención que estamos acostumbrados a desviar cuando todo parece más importante
que uno mismo.
A
veces, hemos de crearnos un espacio propio aún entre la gente, un habitáculo
inmaculado en el que haya una sola persona a la que atender. Y si logramos reencontranos
con ella entonces comenzará un nuevo tiempo en el que la necesidad más
imperiosa será lograr las riendas de nuestra propia felicidad sin poner su
llave en manos ajenas.
Mientras
tanto, comencemos por dedicarnos un piropo, por concedernos un capricho, por
regalarnos un mino… seamos condescendientes con nuestras necesidades, somos quienes
mejor las conoce y la persona que mejor puede satisfacerlas.
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