martes, 11 de septiembre de 2012

LAS CARTAS QUE NO ENVIÉ

Escribir es una terapia de beneficios insuperables. Uno se siente mal, rebusca en su interior, elucubra soluciones a problemas, da mil vueltas a respuestas e iniciativas posibles, va y vuelve y aún puede no saber qué hacer.
Lo mejor es tomar el papel, real o virtual, y comenzar por abrir la compuerta del corazón. En esos momentos, la avalancha de sensaciones, sentimientos y afectos se desborda. Todo quiere salir al mismo tiempo pero entonces, necesariamente, tenemos que ordenar lo que debe ir primero y aquello que lo hará después.
En ese intento de expulsión hay una necesidad de orden y en ello ya comienza el beneficio.
A veces, los sinsabores llegan sin buscarlos, otras nos vemos enredados en ellos sin pretenderlo y la mayoría nos encuentran sin merecerlo. Pero en todas ellas nos sentimos abatidos por las circunstancias y peleamos sin medida por seguir adelante con el menor número de heridas posibles.
Un método que nos permite modelar la realidad es la escritura. Aquello que querríamos decir al otro y no nos atrevimos, lo que quedó oculto en los silencios que no debieron darse, o lo que se perdió en las miradas de complicidad que no existieron puede expresarse con palabras a cuyo destinatario no llegarán jamás.
El acto de escribir al otro nos permite crear un espacio propio en el que de verdad le creemos delante y en el cual sabemos con seguridad que nos va a escuchar serena y tranquilamente, con su mirada puesta en la nuestra y con el alma abierta para recibir lo que nos duele y puede ser sanado.
Aunque nunca les lleguen nuestras cartas…aunque no abran jamás el correo que enviamos desde el corazón…se habrá operado el milagro; la sagrada emoción de ser nuestros por unos instantes en los que nos comprendían absolutamente.

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