Nos
han educado en la cultura del sufrimiento. Cuanto más sufres mejor eres y más
desprendido estás de ti mismo en favor de los otros.
El
egoísmo es malo y la vida un valle de lágrimas. Mejor que otros te alaben que
creer en uno mismo sin necesidad de que otros te valoren. Que hay que poner la
otra mejilla y que el cielo es de quienes lo sufren todo aquí en la tierra.
Sin
duda, nos hemos deformado con estas creencias limitantes. Necesitamos
pensamientos poderosos que nos saquen de este estado de estupidez que luego
llevamos a todos los sitios.
El
peor lugar para desarrollar esta personalidad sumisa y permisiva es el amor.
Cuanto
más te quieren más te harán llorar. Refranes, expresiones y pensamientos que
nos han ubicado en las antípodas de lo que debe ser el amor y las relaciones
sanas y gratificantes.
No
es normal hacer de una relación afectiva un estilo de vida donde el sufrimiento
sea la principal característica. Con el amor duro y crudo no basta.
Es
muy fácil llenarse la boca de “te quieros”, de frases vacías en las que el
tremendismo marca una falsa seguridad que cae a la primera de cambio: “eres mi vida
entera”, “sin ti no puedo vivir”, “nunca habrá nadie más que tú”, “aquí se
terminó todo”… pero el amor maduro, el amor sólido, el que se construye día a
día con dedicación y esmero tiene una trama tan bien urdida que no deja
espacios a la duda, la indiferencia o la inseguridad.
Esa
es la verdadera base sólida del sentimiento. Porque al final de todo, la clave
del éxito en el amor no está en cuánto te amen, sino en cómo lo hagan.
Las
mujeres solemos ser seres cuyo principal canal de información, para interpretar
más tarde, es la escucha. Un buen orador nos cautiva. Un charlatán con estilo
también. Pero eso solamente es en un principio porque pronto te das cuenta de
que si tienes que anularte o destruirte para que tu pareja sea feliz, estás con
la persona equivocada.
¿De
qué te sirve que te endulcen los oídos si te amargan la vida?.
Recuerda:
el amor de tu vida ERES TÚ. El otro amor será hasta que termine el amor.
Por
todo ello, estoy segura de que la vida de cada uno no cambia cuando algo pasa;
cambia cuando cada uno decide el cambio.