Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 7 de octubre de 2014

EL BAMBÚ JAPONÉS



Imaginemos por unos instantes que somos unos sencillos agricultores japoneses. Una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego. 

Quien cultiva la tierra no se detiene impaciente frente a la semilla sembrada, y grita con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!  
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo transforma en no apto para impacientes:
 
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
 
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. 
 
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30metros! ¿Tardó sólo seis semanas crecer? 
No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años. 
Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. 
 
Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es cierto muchas veces nos desesperamos y abandonamos sin querer creernos que lo bueno está por llegar.
 
Es tarea difícil convencer al impaciente que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado. 
De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo.
 
Y esto puede ser extremadamente frustrante. 
En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que en tanto no bajemos los brazos -, ni abandonemos por no “ver” el resultado que esperamos-, si está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando. 
 
Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.
Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
 
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.
 
Tiempo… Cómo nos cuestan las esperas, qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos…

Aprendamos a ser pacientes como quien siembra bambú japonés.

Cuento Sufí

lunes, 6 de octubre de 2014

DESAPEGO



Las reflexiones pasadas de los lectores del blog me han sugerido el análisis de esta dimensión de la conducta tan necesaria y compleja en las relaciones humanas.
La palabra des-a-p-ego (la he separado así a propósito aún sabiendo que no sigue normas lingüísticas), alude a “ quitar el ego”. Es como si cuando establecemos un vínculo afectivo nos abalanzásemos sobre el otro y nos quedásemos pegados a él, colgados de su espalda, a modo de saco, para sentir siempre su compañía, su presencia, sus movimientos. Todo aquello que nos de seguridad sobre la persona a base de sentirla de algún modo.
Cuando se habla de hijos es necesario dejarles volar, es preciso ver con cierta serenidad sus caídas y estar siempre en una cercanía invisible para ayudarles a levantarse. Se trata de un equilibrio necesario entre la cercanía y la lejanía, de una balanza precisa que mantenga la sabia corriendo en nuestras venas sin necesidad de refrescarla continuamente.
Si nos referimos al amor entonces el desapego parece una utopía y sin embargo, en algún grado es tan necesario como la pasión o el entusiasmo. 
Hay que dejar espacios en los que la otra persona tenga que desearte nuevamente, en los cuales te necesite y te busque. 
A veces es necesario saber que nada está conseguido por siempre ni para siempre. Conocer los límites de lo que creemos eterno e infinito, saber que hay líneas invisibles que no debemos pasar y sobre todo, no invadir el espacio sagrado del alma si ésta no nos llama. Estar ahí sí, estar cerca y disponible. Abrir de par en par las puertas sin que nos cierren de golpe las compuertas para quedar atrapados en un íntimo habitáculo semejante a una celda.
El desapego es la gran lección por aprender. Su medida justa, su punto de salinidad, su dulzor correcto. Estar pero sin agobiar. Acercarse sin invadir. Abrazar sin asfixiar. 
Abrir la ventana sabiendo que su vuelo retornará siempre a nosotros con la libertad magnífica de querer hacerlo.

domingo, 5 de octubre de 2014

EL ESPACIO NECESARIO



Había una princesa que estaba locamente enamorada de un capitán de su guardia y, aunque sólo tenía 17 años, no tenía ningún otro deseo que casarse con él, aún a costa de lo que pudiera perder.
Su padre que tenía fama de sabio no cesaba de decirle:

-No estás preparada para recorrer el camino del amor. El amor es renuncia y así como regala, crucifica. Todavía eres muy joven y a veces caprichosa, si buscas en el amor sólo la paz y el placer, no es este el momento de casarte.

-Pero, padre, ¡sería tan feliz junto a él!, que no me separaría ni un solo instante de su lado. Compartiríamos hasta el más profundo de nuestros sueños.

Entonces el rey reflexionó y se dijo:

-Las prohibiciones hacen crecer el deseo y si le prohíbo que se encuentre con su amado, su deseo por él crecerá desesperado. Además los sabios dicen: “Cuando el amor os llegue, seguidlo, aunque sus senderos son arduos y penosos”.

De modo que al fin le dijo a su hija:

-Hija mía, voy a someter a prueba tu amor por ese joven. Vas a ser encerrada con él cuarenta días y cuarenta noches. Si al final sigues queriéndote casar es que estás preparada y entonces tendrás mi consentimiento.

La princesa, loca de alegría, aceptó la prueba y abrazó a su padre. Todo marchó perfectamente los primeros días, pero tras la excitación y la euforia no tardó en presentarse la rutina y el aburrimiento.


Lo que al principio era música celestial para la princesa se fue tornando ruido y así comenzó a vivir un extraño vaivén entre el dolor y el placer, la alegría y la tristeza. Así, antes de que pasaran dos semanas ya estaba suspirando por otro tipo de compañía, llegando a repudiar todo lo dijera o hiciese su amante.


A las tres semanas estaba tan harta de aquel hombre que chillaba y aporreaba la puerta de su recinto. Cuando al fin pudo salir de allí, se echó en brazos de su padre agradecida de haberle librado de aquel a quién había llegado a aborrecer.


Al tiempo, cuando la princesa recobró la serenidad perdida, le dijo a su padre:

-Padre, háblame del matrimonio.

Y su padre, el rey, le dijo:

-Escucha lo que dicen los poetas de nuestro reino:

“Dejad que en vuestra unión crezcan los espacios.
Amaos el uno al otro, más no hagáis del amor una prisión.
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de la misma.
Compartid vuestro pan, más no comáis del mismo trozo.
Y permaneced juntos, más no demasiados juntos,
pues ni el roble ni el ciprés, crecen uno a la sombra del otro”.

DOMINGOS LITERARIOS



RAMILLETE DE ESTRELLAS


He formado esta noche,
un ramillete de estrellas
con su luz azulita
y su brillo de perlas
He puesto en cada destello
Un beso y una sonrisa
Para que puedas verlas
En tu despertar sin prisa.
He gozado soñando
Tu piel sobre la mía
He abierto los ojos
Creyendo que te tenía.
He tocado al otro lado
Y solo tu profunda huella,
en mi mente permanecía.
Me he levantado corriendo
Para asomarme a mi ventana
A ver si pasar  veía,
El lento caminar de tus pasos
O el azul de tu  caballería.
O escuchaba de algún modo
el sonido del aire que llevas
Al nombrar en tus labios
El nombre mío con tu alegría.
Te llevo dentro como bandera
Ondeando en el terso mástil
Desde la mar de mis deseos
Al puerto sereno de tu bahía.
Te llevo como vestido
En el vuelo del alma mía
Te llevo colgado de mi pasión
En la fría noche, en el largo día
Si no estuvieses  a mi lado
 Nada de lo que siento serviría.
Y mis risas serían
Lágrimas amargas de por vida.
Quédate en mi sueño
Quédate cuando esté dormida
Haz de mi noche
Un ramillete eterno
De brillantes estrellitas.