Hay
momentos que uno se siente estúpido y otros que te lo hacen sentir. No
terminamos de escarmentar y volvemos a darnos contra la misma piedra una y otra
vez, hasta que aprendamos. No queda otro camino.
Uno
aguanta y aguanta. Todos queremos llevar una vida sin sobresaltos, donde nos
quieran y nos protejan, donde seamos capaces de mantener nuestra independencia
a la vez que poder estar encadenados con la libertad de ser nosotros quienes
hagamos los lazos en las cuerdas. Sin embargo, sentirse estúpido es muy
sencillo. Lo que más duele es que los otros te crean tonto cuando no lo eres y
tengas claridad sobre lo que sucede y te
falte la capacidad ejecutar.
La
vida a veces es una mentira. Mucha gente vive entre falsedades, dimes y diretes
en los que creen que manejan el timón pero sin darse cuenta que ese barco puede
hundirse en cualquier momento en el que entre un rayo de sol que ilumine el
camino verdadero.
Es
muy fácil engañar al que te ama. Tan sencillo que pierde el sentido de reto, de
objetivo o de desafío para el que lo
hace. Tan inútil, que una victoria de este calibre siempre es una derrota para
ambos.
Nos
sentimos estúpidos cuando sentimos deslealtad, cuando nos encontramos solos en
un camino que habíamos iniciado en compañía, cuando se regala el alma completa
y olvidan desplegarnos las alas. Estúpidos, cuando lo ilógico se instala en la
vida diaria, cada vez con mayor frecuencia, con mayor intensidad y con menor
sentido.
Sin
embargo, cada vez que nos miramos al espejo y sentimos que la necedad nos
invade no nos queda más remedio que reaccionar. Hay que coger la coraza de
nuevo, sacar brillo a su fortaleza, airear los viejos cueros que la configuran
y encajarla en nuestro débil cuerpecillo de inocentes y cándidas presas, siempre
dispuestas a ser devoradas.
No
se aprende rápido a ser lobo cuando siempre has sido cordero. Pero se aprende.
Seguro.