Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 6 de junio de 2013

PERSONAS MARCADAS




         Esta tarde he estado conversando con una persona que está en la fase de superar los efectos de un cáncer. Ella me decía que era ya una mujer marcada, que su vida no volvería a ser igual y que a partir de su enfermedad había un antes y un después.
         Todo lo que me decía era verdad. Sin embargo, una verdad de la cual podían sacarse muchos aspectos positivos. Nadie sabemos cuándo será nuestro final. Parece que las personas que tienen un historial clínico amplio están señaladas por el destino, pero tampoco podemos prever que se irán antes que nosotros.
En ocasiones ni siquiera eso importa. Lo que interesa es lo que hayamos aprendido en el camino y para qué ha servido todo lo que nos sucede y si verdaderamente los que somos diferentes antes y después de las sacudidas de la vida, somos nosotros.
Cuando aludo al cambio que se opera durante los procesos de shock, pienso siempre en lo que podemos mejorar dentro del estado de malestar que suframos. Porque sin duda de todo se aprende.
Las enfermedades gritan lo que el corazón calla, muchas veces. Son como válvulas de escape de los sentimientos atascados, de las frustraciones, de la impotencia o del desasosiego.
Deberíamos hacer  un frente común ante la gente tóxica. Rechazar de plano el veneno que lanzan con sus quejas, sus inseguridades o sus miedos. Que no seamos el cesto que lo recoge y cobija todo. Que no abramos nuestras puertas para dar cabida a lo nocivo de los demás.  Bastante tenemos con espantar nuestros propios fantasmas. Bastante con recomponer las piezas de nuestro puzle cuando se descolocan, pero sobre todo, bastante pasamos ya con los acontecimientos que están reservados para nuestro nombre y apellidos, en el día a día.
No creo que debamos sentirnos personas marcadas con lo que nos va pasando porque el destino, entonces, marca a todo el mundo antes o después.
Lo que defiendo por encima de todo es la actitud de cuidado que debemos poner para con nosotros mismos a la hora de aceptar los deshechos de los demás, su basura mental y esa especie de drenaje tóxico que se colocan hábilmente con la desembocadura en nuestro corazón.
El destino nos va marcando el camino pero siempre podemos elegir con qué tipo de calzado transitarlo y que personas han de ir a nuestro lado.

TRANSFORMAR EL TEMOR EN AMOR



Casi todas nuestras reacciones provienen de nuestras creencias basadas en el miedo cuando estas no nacen  del amor incondicional.
Los celos, la envidia, la preocupación, el enfado, la tristeza etc., son sentimientos tan desagradables que lo que hacemos es evitar sentirlos, negándolos, disimulándolos o reaccionando violentamente a estas manifestaciones energéticas. Y lo hacemos respondiendo hacia afuera colocando en el exterior la causa de nuestro malestar. Rara vez miramos en nuestro interior.
Siempre conseguimos al culpable de aquello que sentimos, siempre miramos las circunstancias como un producto de la mala suerte o simplemente nos sentimos víctimas de las situaciones o de alguien. Nunca o muy raras veces buscamos la causa dentro de nosotros y aunque ya lo sabemos, nos olvidamos de que somos los creadores de nuestra realidad, de nuestras experiencias y de cómo percibimos el mundo.
Cuando cambiamos de pareja constantemente, cuando no conseguimos la pareja, o la pareja nos traiciona; cuando el dinero no alcanza, cuando no conseguimos el trabajo ideal, miramos y nos preguntamos: ¿Qué estoy haciendo mal?, ¿En que he fallado? ¿Porque me suceden estas cosas? Y comenzamos a sentirnos como pobrecitos,  seres imperfectos, no merecedores, con poca valía y dotados de mala suerte.  Y la pregunta correcta que debemos hacer es ¿Qué hay en mí que estoy creando esto? o decir simplemente Lo siento, perdóname por aquello que hay en mí que está creando esta situación. Está manera de preguntar ya de por si nos hace recordar que “Yo y solo yo, soy quién crea mi realidad tal como es”, y si hay aspectos en mi vida que no marchan bien es porque tengo creencias acerca de mí y del mundo que aunque no estoy consciente de ellas, hacen que se manifieste de esta manera en mi realidad.
Antes de llegar al mundo sabíamos que éramos perfectos. Éramos una eterna manifestación de la creación, y como creaciones fuimos concebidos a partir de la misma sustancia de Dios. Luego al entrar en la frecuencia del miedo y la disfunción que caracterizan nuestro mundo, esta vida; lo hemos olvidado todo, para vernos inmersos en un ambiente hostil indistintamente de que hayamos crecido o no, en el seno de una familia amorosa y feliz.
En ese momento, pequeñitos,  se crearon las primeras creencias en cuanto a esta vida. En un niño pequeño donde la obtención de amor se hacía difícil y sujeta a condiciones; donde se hacía necesario ser digno para poder ser amado; es así como aparecieron las primeras creencias sobre las dificultades de obtener amor.  Luego a partir  de ese hecho surgió la creencia de que no hay suficiente, que hay que luchar para conseguir, y hay que ser merecedor. En ese momento, tal vez también se creó el erróneo concepto de que sentir  amor es igual a sentir dolor.
Hemos crecido, nos hemos desarrollado como seres adultos, nuestro intelecto se ha formado, y nuestra vida como persona madura la vemos como el resultado de la experiencia, mas ese pequeño niño interno nunca se fue, el no creció ni cambió. Él sigue allí aunque lo hayamos olvidado o creamos que lo hemos superado.
Una y otra vez las situaciones de vida que nos encontramos siempre reflejarán esas tempranas decisiones, esas conclusiones, esas creencias porque tenemos en nuestro interior y siempre irá con nosotros ese pequeño niño, herido y abandonado que aún necesita amor. Una y otra vez, algo del afuera nos apuntará a esas heridas que aún no han sanado y que seguirán allí hasta que le prestemos atención a nuestro niño interior.
Las  penas, las tristezas, la rabia, la impotencia, todo aquello que sentimos solo se pueden transformar en el ahora, no tratando de evitar aquello que sintamos, no tratando de esconderlo, sino sentir todo lo que es y toda la manifestación de nuestras emociones, amándolas tal y como son.
Sin juicios abraza mentalmente aquel pequeño que habita en ti y dile mentalmente que está bien sentir lo que siente. Dile que es correcto que lo sienta y abrázate imaginariamente y siente toda la emoción y dile al pequeño que hay en ti, que ahora ya no necesitará sentirse solo y sin amor porque tú estás allí para dárselo.
Acepta lo que sientes, siente en su totalidad aquello que está en ti, no lo resistas y ámalo. Paradójicamente, cuando eliges la transformación AHORA con aceptación y amor, automáticamente transformas tu pasado y tu futuro.
Solo puedes transformar el miedo y cualquier emoción en el momento que sientes la emoción, mandando amor. Tú eres amor, tú eres perfecto.



Jocelyne Ramniceanu



martes, 4 de junio de 2013

VARIOS CUENTOS ORIENTALES



EL VERDADERO CULPABLE
Un hombre fue al puesto de guardia a denunciar el robo de su burro. Una vez allí, y enterados al detalle de lo sucedido, los policías comenzaron a hacerle observaciones:

-Usted ha tenido poco cuidado. ¿Cómo se le ocurre tener un simple cierre de madera en la puerta de la cuadra en vez de un sólido cerrojo? - opinó uno.

-No puedo creer que desde la calle se pudiera ver el burro, siendo una tentación para cualquiera. ¿Es que no se le pasó por la cabeza nunca guardar al animal de miradas ajenas elevando las paredes de la cuadra? -dijo otro.

Un tercero, en tono crítico, le censuró:
-¿Pero dónde estaba usted en ese momento? ¿Cómo es posible que no viera al ladrón marcharse con el burro?

De este modo fueron cayendo sobre él un buen número de acusaciones hasta que, harto ya de esa situación, dijo:
-Señores, acepto todo lo que me han dicho, pero algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?


COMPARTIR
 
Un hombre cercano ya a la muerte fue a ver a un maestro para preguntarle:

-Hombre sabio, dime cuál es la diferencia entre cielo e infierno.

-Veo una montaña de arroz humeante y sabroso, y alrededor una muchedumbre de hambrientos. Sus palillos son más largos que sus brazos, así que cuando prenden la comida, no pueden llevársela a la boca y son víctimas de la frustración y el sufrimiento.
Ese es el infierno -contestó el maestro.

-¿Y el cielo? -volvió a preguntar el viejo.

-Veo una montaña de arroz humeante y sabroso, y alrededor una muchedumbre alegre. Sus palillos son más largos que sus brazos, pero han decidido, al prender la comida, dársela los unos a los otros.
Ese es el cielo




LA MEJOR RIQUEZA
Un hombre con fama de sabio y que había amasado una gran fortuna le llegó la hora de la jubilación. Desde ese momento, cada día encontraba motivos para invitar a sus numerosos amigos a costosos banquetes, o para hacerles caros regalos.

Pasados unos meses de lujos y derroches, un amigo le dijo:

-Creo que deberías dejar de gastar de ese modo. Aunque tu fortuna es mucha, estás dilapidándola rápidamente, y recuerda que tienes unos hijos que te heredarán.

-Precisamente por ellos lo hago -contestó-.
La riqueza conseguida sin esfuerzo arruina la capacidad de los inteligentes y agrava la estupidez de los más torpes. Yo a mis hijos les he dado la educación y los medios suficientes como para que se construyan un futuro por ellos mismos. La expectativa de
disponer de mi patrimonio no sería más que una invitación a que aparecieran la codicia y la indolencia. No necesitan mi dinero para nada, no sería más que un veneno en sus vidas-.

Y en efecto, aquel hombre gastó hasta el último céntimo antes de morir.

lunes, 3 de junio de 2013

SEXTO SENTIDO




         Todos tenemos un sexto sentido, un punto de intuición en el que nada se escapa si sabemos interpretarlo adecuadamente. Palabras, gestos, silencios incluso…sirven para saber más allá de lo que la realidad nos muestra.
         Para ejercitar el sexto sentido debemos hacerle caso. Hay que estar atentos a los indicios que hablan sin palabras y a cómo se van componiendo las situaciones sin que nadie nos las defina con claridad.
         Siempre hay un camino por encima del que vemos, una ruta que aún está por desvelar, una vía sin escrutar en la que están encriptados los secretos que desvelan la verdad de cada cual.
         La intuición es el sexto sentido que nos hace más sabios. Un estado de alerta en el que se desvela, con total certidumbre, aquello que no se dice expresamente.
         A veces, sería mejor no tener desarrollado este tercer ojo con el mirar lo que se no se ve porque ciertamente, lo que entendemos lo divisamos con el corazón y es tan clara la evidencia entonces que nada puede contradecirla.
         Frecuentemente uno se escurre en las situaciones difíciles como puede. Cierto que para ello se ve obligado a componer un puzle donde todo  parezca encajar. Hay personas muy hábiles para esto, tanto que logran mantener contentos a todos a su alrededor casi todo el tiempo. Cuando algo se desequilibra, rápidamente deben colocar los hilos que manejan de nuevo y volver a disponer la situación en su favor.
         Tener un sexto sentido pone a veces los pelos de punta porque aunque no se diga nada se entiende todo. Una mirada, un gesto, una palabra sustitutiva de otra o el simple aire que envuelve a la persona la hace transparente para el que intuye.
         La intuición es una forma de conocimiento clarísima. Un saber sin código ni mensaje explícito. Una forma de transmisión y recepción, que aun siendo involuntaria, permite traspasar la barrera de lo oculto para comprender sin preguntar.
         Todos sabemos intuir aunque no todo el mundo da crédito a lo que intuye. Sería excelente creer en las intuiciones y hacer de estas la base de un conocimiento fehaciente capaz de ayudarnos a conocer a los demás sin necesidad de palabras.
        

domingo, 2 de junio de 2013

NUESTRO MUNDO FUTURO




Acabo de leer un artículo de Pusent que me ha gustado mucho. Colocaré el enlace al final por si alguien quiere acercarse a él. Se trata de analizar a que “no” renunciará la gente en el mundo futuro y sobre todo con qué hemos de quedarnos y a qué debemos de renunciar.
El mundo que llega es un mundo reduccionista, en el que sin duda, habrá que renunciar a la grandilocuencia a la que nos tenían acostumbrados para creer que habíamos alcanzado un estatus importante. Las aspiraciones tendrán que recomponerse, lo que no significará que nos equivoquemos más y lo pasemos peor.
La fórmula consistirá en eliminar lo accesorio, en pensar en términos de afecto de nuevo y no en soledades. Venimos de una sociedad en la que nos han enseñado a ser islas. Pequeños trozos de roca cuya misión era flotar más que ninguna en la deriva de la vida, mientras pudiésemos conservar nuestro lugar aunque golpeásemos a las del al lado.
Aprendimos a guardar información para ser más valiosos, a emplear estrategias de búsqueda de oportunidades para ser los mejores, a comprar lo exclusivo y a pensar que sin una casa grande, un coche aún mayor y sin los pequeños lujos, a veces inconfesables, no habríamos alcanzado las cotas de felicidad que se presuponían para los que llegaban al éxito.
No importaba qué hacer para lograr lo que era el objeto de nuestra lucha, perdiésemos amigos, familiares y un poco de nosotros mismos en el camino. Tampoco percibíamos la llegada de la tristeza, el vacío y la soledad de los que llegan a la meta. Y poco a poco, nos encontramos con muchas cosas y pocas personas a nuestro lado.
Perdimos los que debíamos ser por alcanzar lo que quisimos tener y a lo largo del proceso, la sociedad entera, a través de sus miembros cada vez más unitarios e infelices, se transformó en un pozo sin fondo que iba tragándose cualquier iniciativa de salir del estado endémico y crítico en el que se encuentra.
El mundo que llegue debe ser de otra forma. Colaborador y no competitivo. Afectuoso y no agresivo. Emocional y no computacional. Un mundo donde la exclusividad deje paso a la camaradería. Dónde todo sea más pequeño pero más entrañable. Dónde la tristeza de unos importe al resto. Dónde tener hambre sea un imposible y estar sólo impensable.
El mundo que ha de llegar tiene que remover los cimientos del egoísmo para recolocar la esperanza, la ilusión y el altruismo  levantando así el edificio de la fe.
Volver, en definitiva, a creer en el de enfrente pero sobre todo, empezar a creer, de una vez, en uno mismo como única posibilidad para gozar de un mundo nuevo.


Articulo de E. Punset:…”Las cosas a las que no renunciará la gente”.