Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 7 de febrero de 2013

EL RELOJ INTERNO



Dentro de cada uno hay un reloj que nos indica los momentos de cada nuevo emprendimiento, de los términos, de las continuidades o de los finales de las situaciones que vivimos.
Hay que aprender a sentir su tic-tac, a aproximarnos al mensaje que nos transmite y a hacerle caso.
Uno sabe muy bien cuando un tiempo se ha acabado, así como también intuye cuando algo comienza y en qué punto lo hace.
No vale alargar las situaciones cuando han tocado a su fin, al igual que es absurdo negarnos a entrar en aquello que nos abre su puerta y nos da paso.
Hemos comentado, muchas veces, que hay que vivir y que hay que hacerlo plenamente, sin arrepentimientos y sin vacilaciones que nos obliguen a admitir,  finalmente, la pena que sentimos por no haber hecho lo que la vida nos ofrecía.
Hay que olvidarse  de la utilidad para centrarnos en la importancia y el valor de las personas que conocemos o de las cosas que hacemos.
Hay que perder de vista la funcionalidad y la eficacia tan valoradas en nuestro mundo. A veces, uno tiene que “perder el tiempo” en observar, en escuchar, en apreciar o en estimar lo que hay de bueno y bello a su alrededor, o lo que provoca pena y compasión.
 Nuestro reloj interno no da por perdidas las horas y el tiempo de generosidad para con nosotros mismos.
Estamos demasiado acostumbrados a ceder nuestro tiempo a otros, a dedicarnos a lo urgente sin atender a lo necesario, a invertir en lo que produce y cuantifica sin pensar que hay valores sin precio que deberían presidir cada una de nuestras intenciones.
El tiempo es un concepto cada vez más superado. Todo es relativo y ajustarnos a las manillas del reloj nunca es exacto. ¡Cuánto pasado vive en nuestro presente!, ¡cuánto futuro comparte con esas dos categorías nuestros días y sobre todo, nuestras noches!.
Poner en marcha el reloj interno equivale a aprender un nuevo cómputo del tiempo. Una forma de contar que nada tiene que ver con la secuenciación del péndulo y que de alguna forma se relaciona con los ritmos internos de la vida, aquellos que no se ven, los que solamente se sienten con el corazón.
De hecho, posiblemente lo único que quede del tiempo real sea eso: la percepción, el recuerdo y la vivencia de períodos en los que fuimos otros o la necesidad de ser distintos en los momentos que quedan por venir.
 Con esa masa moldeamos el presente continuo en el que nos instalamos día a día y con ella también horneamos cada uno de los sueños con los que vamos sobreviviendo a la realidad.

martes, 5 de febrero de 2013

COMO AGUA DE UN RÍO...



Todo aquello que hacemos y lo que dejamos por hacer forma parte de una corriente de vida que no se detiene. Como el agua de un río, fluye corriente abajo impidiendo el arrepentimiento de aquello que quedó sin experimentar. Nada puede volveré a vivirse, nada de igual forma. Ni siquiera repitiendo las mismas circunstancias, con las mismas personas, en idénticos lugares, podremos recrear lo que hubo.  Ni que decir tiene aquello que uno no se atrevió a vivir.
Lo no vivido, lo que se evitó, aquello que no se produjo por miedo, por indecisión o por excesivo celo quedó suspendido en una expectativa nunca resuelta que puede pesarnos algún día. La ausencia de vivencia es lo que produce un dolor más fuerte. Arrepentirnos de lo no hecho quema por dentro. No hay que tener miedo a equivocarse porque cometer errores es la mejor escuela para aprender con rapidez y de forma directa.
Nadie solemos aprender con las palabras de otro o incluso diría que con el ejemplo. Efectivamente son ponderables. Sin lugar a dudas, rodearnos de personas sabias siempre ayuda; y por sabio entiendo quién ha interiorizado las experiencias y extraído de ellas algo que le mejore y le haga más digno y bondadoso, más amable y compasivo. Pero no creo que la experiencia de otro nos sirva hasta que no hayamos tenido la nuestra propia.
Como el río camina hacia abajo, siempre con agua renovada, así se presentan nuestros días, nunca iguales aún en su rutina, siempre diversos y fugaces en sí mismos.
Las horas que pasan, los minutos, los segundos e incluso este instante en el que leemos esto, es un único y fugaz momento que pasará para no volver.
Queremos acelerar el tiempo, creemos ampliarle con la prisa y jugamos a inventar horas que no existen a base de correr  incansablemente, pero mejor que todo eso es vivir intensamente cada momento, experimentar vivencias que nos completen, mejoren o estimulen y sobre todo, tener presente que cada minuto tiene una magia en sí mismo imposible de eludir: la de ser único en ese caminar implacable, de todos nosotros, hacia la puerta de salida de esta existencia terrenal.

lunes, 4 de febrero de 2013

PENSANDO EN VERDE

“Todo lo que tenemos ha pasado antes por nuestra intención y nuestra creencia”.
Esta frase tiene una carga de contenido tal que nos desborda. ¿Cómo admitir que todo lo que somos, lo que vivimos, lo que sentimos o lo que nos sucede está gravado previamente por lo que creemos sobre ello?. Es difícil pensar que cada uno elegimos, con nuestros pensamientos y su fuerza, el malestar que nos llega o la felicidad que asoma, de vez en cuando, en nuestra vida.
Si estuviésemos seguros plenamente de que todo discurre según este dictamen, estaríamos todo el día empeñados en tener pensamientos positivos y no dejaríamos asomar ni una sombra de oscuridad por las consecuencias que traerían.
A veces, aceptamos que aquello en lo que creemos sucede pero es una aceptación liviana. Un ligero atisbo de lo que hay más allá de la rendija que parece abrirse ante nosotros. Un intento de confianza en nosotros mismos como creadores de nuestra vida. Pero sin embargo, parece que resulta más cómodo dejar al destino con la fatalidad en su mano atizando nuestra existencia y procurándonos infelicidades inmensas.
Seguimos creyendo en un destino que tiende a la desgracia. Estamos programados, culturalmente, para creer en que venimos a sufrir. Admitimos que nuestra existencia es un breve hito entre la vida y la muerte, que no manejamos. Un corto intervalo en el que vamos a la deriva. Un tramo que siempre resulta fugitivo y huidizo en el que solamente queda aceptar lo que llegue.
         Pensar en verde, sin embargo, nos aporta toda la magia que cabe en la maravillosa experiencia de existir. Ser positivos crea una realidad siempre favorable a nosotros que repercute en nuestro bienestar inmediato. Por eso, no hay otro camino que hacerlo así si queremos pasearnos por este paisaje humano con la alegría en la mirada y una sonrisa en los labios.
No hemos venido a sufrir, ni estamos condenados al dolor. Vamos a pensar que todo va a salir bien y después de eso asombrémonos con que sucederá así.

domingo, 3 de febrero de 2013

LOS DEFECTOS ( Cuento Oriental)



Érase una vez un hombre joven que para buscar el Dao viajó lejos de casa, con el fin de encontrar el verdadero significado de la vida. Sin parar,
escaló montañas, cruzó ríos peligrosos, y visitó muchos lugares
buscando un maestro verdadero para contestar a sus preguntas. Día tras
día, se encontraba y preguntaba a mucha gente; sin embargo, sentía que
no había obtenido ninguna iluminación. Decepcionado, reflexionaba y se
preguntaba, pero todavía no era capaz de entender el por qué.

Más tarde, aprendió de un maestro que había un monje de nivel elevado que había obtenido el Dao, viviendo en una montaña no muy lejos de su pueblo. Él podía contestar a todo tipo de preguntas difíciles
sobre la vida. Por consiguiente, inmediatamente salió en la oscuridad
de la noche y preguntó por los alrededores donde podía encontrar al
monje.

Un día, llegó al pie de la montaña y vio un leñador bajando con dos cubos de leña en sus hombros. El hombre joven le preguntó: “Hermano, ¿Sabes dónde exactamente dónde vive en esta montaña el monje que ha
obtenido el Dao, y cómo es?” El leñador pensó por un momento y le
contestó: “Es verdad que hay tal monje en esta montaña. Sin embargo, la
gente no sabe exactamente dónde vive porque a menudo viaja por los
alrededores para ofrecer la salvación a las personas predestinadas. En
cuanto a su apariencia, algunos días va elegante y excepcionales
aureolas divinas brillan en su cuerpo; algunos dicen que parece sucio y
descuidado y que sus ropas son desaliñadas y viejas. Nadie puede
realmente describirlo claramente”.

Después de agradecer al leñador, el hombre joven estaba decidido a encontrar al monje. Viajó montaña arriba sin descanso. En la montaña, conoció a campesinos, cazadores, a niños arreando animales, gente
quitando las hierbas, etc. Sin embargo, no encontró al monje de nivel
alto que podía explicarle el significado de la vida.

Desesperado, regresó y bajó de la montaña. En su camino, conoció a un mendigo con un tazón roto en sus manos que le pidió agua. El joven echó algo de agua de su cantimplora en el tazón. Sin embargo, el agua
se derramó fuera antes de que el mendigo pusiera sus labios en el tazón
y bebiera. A regañadientes, el joven echó más agua en el tazón y pidió
con insistencia al mendigo que se lo bebiera más rápido, pero justo
cuando el tazón llegaba a los labios del mendigo, el agua se derramó
toda otra vez.

“¿Cómo es posible que pueda beber agua utilizando un tazón roto?” dijo el joven impacientemente.
“Pobre joven, has estado buscando el significado de la vida por todas partes y en la superficie pareces una persona sin pretensiones. Sin embargo, en tu corazón, juzgas si las palabras de los demás no cumplen tus expectativas. No puedes aceptar ningún punto de vista que no satisfaga tus expectativas. Esas nociones tuyas resultan en grandes
agujeros en tu corazón y te impiden encontrar las respuestas que
buscas”.

Cuando escuchó eso, el joven de repente se iluminó al asunto. Inmediatamente hizo una reverencia al monje y dijo, “maestro, ¿eres el monje de nivel alto que he estado intentado encontrar?” Como no hubo respuesta incluso aunque repitió su pregunta varias veces, levantó su cabeza y vio que el mendigo había desaparecido. Un tazón con agujeros no puede retener agua; un corazón con agujeros no puede oír el sentido
de la vida.


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¿Cuáles eran las manifestaciones de esos agujeros en el corazón? Egoísmo; celos; ser testarudo; y ser obstinado, desconfiado, impetuoso, odioso, miedoso, arrogante, y cobarde son unos cuantos ejemplos. Esas mentalidades son como agujeros en el corazón. La diferencia es que la gente tiene diferentes tipos de agujeros en sus corazones.
Puesto que los humanos no son santos o sabios, ¿Quién no puede vivir sin cometer un sólo error? Puesto que estamos perdidos en la falsa ilusión ¿Quién puede decir que no tiene defectos? No es una cosa terrible tener defectos.
Es horrible no creer que tengamos defectos; pero es aún peor que no arreglemos los defectos sabiendo que los tenemos. Con el tiempo, los defectos se volverán más y más grandes, dañando la vida y destruyéndolo a uno mismo.
Un corazón no es valioso a menos que tú tengas la voluntad de rectificar tus errores y defectos.

DOMINGOS LITERARIOS

LA BELLEZA Y EL AMOR

A través de la eternidad
La Belleza descubre Su forma exquisita
En la soledad de la nada;
coloca un espejo ante Su Rostro
y contempla Su propia belleza.
Él es el conocedor y lo conocido,
el observador y lo observado;
ningún ojo excepto el Suyo
ha observado este Universo.

Cada cualidad Suya encuentra una expresión:
la Eternidad se vuelve el verde campo de Tiempo y Espacio;
Amor, el jardín que da la vida, el jardín de este mundo.
Toda rama, hoja y fruto
revela un aspecto de su perfección:
los cipreses insinúan Su majestad,
las rosas dan nuevas de Su belleza.

Siempre que la Belleza mira,
el Amor también está allí;
siempre que la belleza muestre una mejilla sonrosada
el Amor enciende su fuego con esa llama.
Cuando la belleza mora en los oscuros vallecitos de la noche
el Amor viene y encuentra un corazón
enredado en los cabellos.
La Belleza y el Amor son cuerpo y alma.
La Belleza es la mina, el Amor, el diamante.

Juntos han estado
desde el principio de los tiempos,
lado a lado, paso a paso.
RUMI

sábado, 2 de febrero de 2013

ESPACIOS PARA VOLVER A LA CALMA

Hay que buscar espacios, lugares y gentes que nos lleven a la calma. Hay que rodearse de seres de paz. Es preciso tener cerca personas que nos ayuden a serenarnos con su sonrisa, con su mirada, con el leve roce de su mano en la nuestra. Buscar cualquier cosa que mejore y renueve nuestro deseo de serenarnos.
Esta búsqueda es sencilla porque más que rastrear dónde se encuentra, lo que de verdad nos sosiega, lo que hay que hacer es estar atentos a lo que sucede por dentro cuando nos encontramos con un lugar que nos invite a estar en paz, una persona que nos dirija hacia el bienestar o cualquier libro, sintonía, paisaje o situación que nos haga sentir bien.
Nos estamos acostumbrando a estar mal. A tener prisa, al ceño fruncido y al malestar constante ante todo. El entorno social no ayuda y tampoco la comprensión que nos regalamos unos a otros, que suele ser muy escasa. Estamos dispuestos siempre para la pelea. En guardia constante y con las espada en alto por si es necesario cortar los primeros.
Así no podemos ser felices. Sobre todo, cuando damos más importancia a lo que hay fuera que a lo que grita dentro.
Llenar el corazón de calma, no es fácil. Por eso necesitamos buscar un lugar que nos agrade y disponernos con todo aquello que nos lleve a un estado de plenitud en la sencillez. Sólo de esa forma estaremos dispuestos para conectar con esa voz interior que todos tenemos y que cada vez está más callada.
Hay personas tóxicas, que sólo su presencia parece que daña la nuestra. Seres con los que no hay ninguna sintonía nada más conocerles. Gente a la que nunca vas a acercarte. Por el contrario, otros serán tu guía. Una especie de luz serena en el universo de tu alma que parezca acariciar siempre tus momentos de pena, de confusión, de desconcierto y de amargura.
Eso es lo que hay que cuidar por encima de todo. Aquel ser que nos mejora sólo con estar cerca, el lugar que se convierte en sagrado con nuestra presencia o ese momento indescriptible en el que sentimos de verdad, que lo que nos constituye no pertenece a este mundo.
Recurrir a estos instantes o tener cerca a estas personas es, seguramente, el mejor camino para llenarnos de paz.
Si todo esto no existe en nuestro entorno, es urgente que los busquemos más allá y si no, de cualquier modo, no tendremos más remedio que inventarlo.

viernes, 1 de febrero de 2013

LA AYUDA DE LAS LÁGRIMAS

Las lágrimas siempre ayudan. Creemos que es, de alguna forma, malo llorar porque lleva anexo un componente de tristeza, de rabia o de impotencia que nos indica que detrás de ellas hay dolor.  Sin embargo, ellas son el fluir de la pena, la sacan al exterior y la dejan correr.
Siempre he sido partidaria de llorar si se necesita. Hay que permitir la tristeza. Resistirse a ella equivale a enquistarla. A dejarla guardada en un rincón del alma desde el que siempre nos llama. Es necesario abrir la puerta y dejarla libre por si quieres salir antes de que la despidamos.
A veces, uno se pregunta cómo puede el corazón con tanto dolor. Pero es entonces cuando las lágrimas están ahí, dispuestas a ayudarnos y seguras de poder hacerlo.
Hay unos prejuicios inmensos contra las lágrimas. A los hombres se les enseña que no hay que llorar porque entonces demostrarían la debilidad que se asocia a las mujeres. En ese momento, cuando este mensaje se asume se castra la emoción masculina y su expresividad.
Ser fuerte equivale a no llorar. Qué estúpida receta. A base de reprimir la explosión de sensaciones que queman por dentro, muchos hombres se convierten en espectros colgados de los arquetipos sociales, siempre a punto de estallar pero contenidos hasta límites insospechados para evitar la opinión ajena sobre su conducta.
Si se trata de mujeres, las lágrimas están mejor aceptadas porque de alguna forma, con ellas, se justifica su debilidad, su frágil y quebrantado carácter y esa falta de entereza que absurdamente se nos ha asignado desde siempre. Eso en el mejor de los casos, cuando la pena está suficientemente, justificada. En otros, las lágrimas pueden enmarcarnos en una sensiblería interesada en algún objetivo inconfesable.
Pero lo cierto es que las lágrimas son de todos y para todos y que cumplen la misma misión, en cualquier caso.
Cuando alguien llora a mi me parece fuerte. Creo que tiene la suficiente valentía para reconocer que algo le ahoga por dentro, que algo ha tocado y hasta hundido su corazón y que sin duda, necesita una caricia en el alma para que las lágrimas tengan un sabor más dulce.
Ellas son las que nos hacen humanos. El resto, sobra.